Gordura
Yo no toco la flauta ni flameo. Te pasaré ese cepillo bocel para que te agites y sacudas de espasmos. Hay que menearse, aletear brazos y pies hacia arriba y hacia abajo porque estas piernas acanaladas, con surcos, de tan gordas que están ya no revolotean. No bailan. En otras aguas están las velas flameando, ondulando más allá de tu alma que duerme encogida con ese alboroto por dentro de las banderas caídas. Guarda para otro día los desengaños. Todos verán esas formas subir y bajar
como nuevas, no como ahora que se hunden en la hojarasca del aceite.
Celulitis
Ningún hombre quiere la grasa que te sobra, las pistoleras con bambalinas, las arrugas como pliegues de cortina. Esa piel de naranja sobrante tiene que ser pasto de los animales de carroña. Esta flacidez de camello en aeropuerto alechugada no te hace feliz, álzate así como puente volador, con bajadas y subidas. Yo pongo miel en este hoyo para los ojos confusos y entierro este caramillo entre tus manos.
para que el pecho se te agite. Y se mueva la zampoña que se pliega porque no es de hierro de rizar. Dentro de ti hay un cuerpo perfecto como puñado de tierra dulce fermosura de mis amores.
En paños menores
Otra vez está en la parte primera. Saca la garra y se encoge hasta arriba. Su negro bóxer de seda brilla por encima de sus ojos. Zarpa de proa es su boca mientras pone las manos atrás subiendo la lengüeta para que todos vean lo que tienen que ver. Oleaje que sube y baja es su respiración: como mar delgado como horizonte que se curva: la línea de su cuerpo con curvas se desliza, curvas redondas, blanquísimas encimándose a la boca del precursor que se babea. Están aquí los presagios de la carne, el acoso de dos lobas enseñando sus partes traseras. ¡Quítame el trinquete morena que ando ya sin brújula, confundido!, digo con ganas de saltar sobre las presas y ellas abren sus bocas de selva en el proscenio a oscuras. ¡Qué blancos son sus dientes afilados entresaliendo de unos labios tan rojos, no caídos, no tan viejos! Las dos toman la delantera, se ponen al frente del telón todo negro y se van alzando las bragas, acariciándose. ¡Oh esas tetas de la desnudez, casi transparentes! Una blanca y otra negra ondulantes pasan por mi pecho abierto. De alguna parte viene una brisa con olor a magnolia. Estoy en el cuarto delantero con ellas que no cesan de reír. Pícaras, no muestran lo que tienen, ni se sonrojan como yo que estoy yéndome.
Una ráfaga dentro, no escalofriante, vuelve a aturdirme y de nuevo estoy inundado, espumoso. Todo focal el vello púbico echa espumarajos. Sirenas de niebla y bosques obscurecidos parecen sus sexos. Yo velo, me pongo brumoso apartando las hierbas para mirar mejor lo céntrico de esa hondura, ese valle con ovejas con forraje y pastura, nada verde, negro y blanco a tiro del ojo, coplándose, acoplándome al movimiento de esos dos cuerpos en plena agitación. Pecho con pecho agitados conmoviéndose. Dos cabezas con cabelleras largas rubia y castaña, undulantes, flameando. ¡Qué velas desplegándose, qué alboroto de trigo entre los aires, bailando, meneándose de aquí para allá! Y la flauta tibia, saliéndose del nido alborotado. Tócala que ya canta y se babea, acanalada se sale como lengua de fuego. La carne siente el pájaro sin bandada solo y con rubor en las mejillas. Se sacude, alterado entre los márgenes. Otra racha y las ideas siguen confundiéndose, aturdidas. Mientras tanto yo me igualo en el piso, me nivelo al nivel de la visión atormentada, pero es con ellas que quiero emparejarme, inundarme, no volar, galopar sobre montañas, levantar la polvareda, tocarle el ojo al ave de caza, porque soy buitre o potro con el buche abochornado. Soy lo que tú quieras, casi pez en ese chorro de agua que me arrojas para que no se levante lo que ya está por salirse, por derramarse. Por ponerse colorado. ¡Y cómo no va a ponerse! Si miro ese puente de carne sin banderas, esa arquitectura desplegada, esa piel en la distancia focal, leopoldina, esa yegua sin ropas con las manos detrás, alzándose eso, ese fuego de terciopelo, ese liguero volando, esa punta que en la lengua se me hace espuma, a mí que soy murciélago mosqueador, pez sacapliegos, mueve faldas, frugívoro no, carnívoro con su aparato volador petifoque desplegado entre las arboladuras.
Y esas piernas ya abriéndose, esas nalgas agitadas con su ropa interior moviéndose como aspas delante de mis ojos desorbitados.¡Oh mis meninas!, todas sin faltriquera y ninguna sin ropa ni reloj. Una pegada de la otra, cómplices de mí que juego, que me entretengo en el aire. Así está mejor, frondoso y batido en la sartén, techado para que los bolsillos no se llenen de agua.Todo parejo, a ras de los ojos que penetran esa ondulación, esa ranura rosada, esa armadura celeste que alza con encanto sus talones, esos trapitos al sol. Lucy levanta un poco el hombro izquierdo y al instante esa sudoración copiosa se me viene. Nada es igual desde este enfoque. Localizo lo más abultado de la carne y me concentro. Este es el punto circular, ni neblina ni alarma abundante, hacia fuera, así lauteado en el área circunscrita y esas hierbas como plumones que aletean, se agitan con flujo en su segunda cosecha. Otra vez: los reflectores: las miradas buscándose desesperadas.
Así yo quiero otra toma, de frente. Que bailen esos senos ligeros de ropa y salten con ganas de volar esas tetillas rosadas, esas caderas robustas, llenas de vida. Saca ese perno de cabeza embutida de aquí, échela agua fría y vístela. Pasa el interruptor porque viene un aviso. ¡Oigo los conductores subterráneos llenarse de oscuridad y el seso aflojándose. ¡Cuántos pájaros se me quieren volar! Otra pareja contra el pavimento: bocas juntas para que la muerte pase la navaja. ¡Pégate más que estás fuera de foco! Abro el lente, más cerca de esa perplejidad que se desnuda para mí, de esa bruma que me pone de rodillas de ras en ras sacando los remaches.
Hay que rodar esta pared, abrir los espacios. ¡Abrete para verte la flor! Y los labios se mueven, temblorosos. (Agua, trae agua y límpiala aquí porque los pétalos se pliegan, se pegan sudorosos, espumajosos y desenfocados. Me muevo ya sin rubor,
más animado, calmada la agitación, aunque aún no he perdido la emoción de irme
al súbito, no al vuelo. El flujo fue rápido y copioso de ese pico de pájaro sin flux que floreció entre los naipes.
Caída hacia fuera
Ese movimiento de rock me engloba, me hace soltar aullidos, caer fuera de mí. Y aúllo como gato. ¡Cuántos sonidos étnicos hay en mi cabeza! Sigo aullando. Porque el jazz ya no me gusta, se fue del tablón donde se dan las aventuras de las bestias. Sacudo mis nervios, caigo fuera del manto protector, me enredo, me hago uno con los tantos miembros también englobados de los que están como yo, en la nota de la nueva edad, la música ácida, el chicle del diablo que crea sus propios espacios siderales. Ya me voy en vértigo creciente sin apoyo me voy, hacia atrás,
hacia adelante moviendo la cabeza. Todo el público se queda abajo patas arriba viéndome, riéndose y saca su lengua, me muestra su dentadura postiza y se da con la mota, se ríe copado hasta el alma y rueda chillando, echando humo por los destapados sesos en órbita que tiene. Acelera que vamos bien, pon más alta la música porque todos vamos dando vueltas y nos volamos, nos ponemos en el aire de la oscuridad.
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