La Habana durante la Feria Internacional del Libro.
La buena poesía nos sumerge en una realidad otra. Es,
como decía Octavio Paz, la otra voz, dilatación del tiempo, detención,
cuestionamiento, creación de un mundo desconocido, pero al mismo tiempo
nuestro, entrañable y de gran precisión a pesar de su aparente caos y de los
momentos en que el poeta entabla una persistente batalla con el sentido de lo
real. Este poemario de Rita Martín, Poemas de nadie, me ha
permitido experimentar una intensa iluminación de mi afuera y de mis
recuerdos, estimulados por sus preguntas y sus hallazgos verbales. Una
de las cuatro o cinco grandes virtudes de estas páginas está, para mí, en lo
que podríamos llamar su acabada construcción verbal, ese amurallamiento que en
cada texto impide que todo se vaya por espacios que parece que van a devorar
las impresiones y recuerdos de la autora. Cada comienzo nos dilata la mirada y
crea en nosotros, al menos en mí, una sensación angustiosa de lo inabarcable,
de aquello que imaginamos y sabemos que no podremos encerrar,
pero viene
entonces una mesura lexical que no permite la fuga hacia el vacío, hacia
la sombría nada que siempre nos acecha. Diríase que Rita Martín percibe
la avasalladora dimensión de sus vivencias y no quiere que ese cosmos,
incontrolable por naturaleza, se vuelva inaccesible para los lectores.
Construye entonces estos poemas desde ese impulso fundamental, pero con
un rigor expositivo que controla semejante riqueza y la torna precisa,
luminosa, disfrutable. Sorprende la gran cantidad de interrogaciones de
los primeros ejemplos del libro, verdadero torrente de preguntas
esenciales que bullen dentro de los estados de ánimo y de las angustias
de la autora, como advirtiéndonos desde esos primeros momentos que vamos
a leer una poesía de preocupaciones y búsquedas de categoría
perdurable, más allá de tecnologías y de cambios de modas y modos.
En
nuestros días hay una enorme cantidad de poetas de gran calidad que
escriben de otra manera, con textos abiertos, sin límites conceptuales
ni formales. La
de Rita es una escritura diferente,
igualmente fuerte y de un dinamismo interior que en verdad nos absorbe,
relato
en el que las vivencias y las dudas, las impresiones y los diálogos se
realizan
dentro de lo que podríamos llamar un orden metafísico, la autora siempre
narrándonos una historia íntima que nos entrega la imagen deseada y
buscada para
la comunicación de su naturaleza más profunda, de su drama existencial
más
auténtico. Cuando comencé a leer estas páginas, primera impresión casi
siempre
decisiva para mí en la medida en que me revela qué y a quién estoy
leyendo,
supe rápidamente que este es un libro vigoroso, de ricas visiones de
adentro y
de afuera, rápido en su fluir, con una memoria afectiva y una nostalgia
que por
momentos conmueven de un modo hiriente por genuinas y profundas.
Mientras
avanzaba en estos poemas me iba percatando de que estaba leyendo un
dilatado
viaje, un viaje sin destino, como toda trayectoria vital que se realiza
para
conformar una historia única, la de nuestro tránsito por la vida. Vi en
algunos
textos cierto clamor desesperado que contrastaba con la certidumbre de
otros
muchos ejemplos del volumen, y me percaté entonces de que esta poesía
era
portadora de una angustia insoluble, un desasosiego que está en la raíz
de los
múltiples cuestionamientos de los momentos iniciales y que al mismo
tiempo, a
lo largo de sus páginas, se entremezcla con un apacible diálogo con una
realidad más honda, en la que podemos entrever una armonía oculta,
subyacente,
vital, como si se hubiese alcanzado una intelección dichosa de la
existencia,
aunque siempre matizada por oscuras pulsiones que vienen de lo
incomprensible,
lo indeterminado, lo indefinible. Creo que este es un libro que busca
definiciones, conocimiento, revelaciones de verdades últimas, pero
visibles de
manera plena sólo por momentos, como rápidos destellos. Las evocaciones
del pasado de la autora en su país son quizá los instantes más
explícitos de esa búsqueda de sí misma que realiza la poeta en varias de
estas piezas.
Volvemos
una y otra vez a estos relatos magníficos y siempre encontramos otras
imágenes, nuevos hallazgos que no habíamos percibido en la lectura
anterior. No
hay un solo momento que nos haga
pensar que estuvo el poema al borde de la ridiculez, no hay un exceso ni
un
dislate emocional que traicionen a los más altos propósitos
confesionales de la
autora, poseedora de un discurso que no decae ni hace concesiones a
fórmulas
más o menos trilladas ni a estilos que no son los suyos. El tono general
de
estos cuadernos es el de una reflexión conceptual que se nutre de un
sustrato
intelectual y sensorial magistralmente fusionados en una sustantiva
elaboración
artística, propia de una poeta que ha llegado a sí misma, que se ha
encontrado
después de años de autoindagación durante los cuales se vio innumerables
veces
en tinieblas indescifrables. Este es un viaje, como decía hace algunas
líneas, desde sí hacia sí, desde ella hacia su yo pasado, ese yo que
permanece como una constante a pesar de los cambios y descubrimientos
que todos vamos haciendo a través de los años. Hoy,
gracias a este volumen que ahora
les presento, Rita Martín es más ella misma, tiene más ser y una mayor
conciencia de sus posibilidades de realización. No es este un libro
escrito
para situarse en las historias literarias de Latinoamérica sino para
autorreconocerse, saber su sitio en el mundo, la naturaleza de su puesto
en el
cosmos, su más profundo yo, siempre oculto y desconocido, pero más
iluminado
por la palabra poética. Llegamos entonces a saber que Rita Martín, entre
otros
muchos rasgos de su personalidad, ha dialogado con la vida y con sus
recuerdos
con inusual intensidad, conversación que ahora nos entrega parta que
nosotros
nos veamos mejor, más nítidamente, desde un afuera que ella nos ha
venido
revelando con una escritura plena, con luces y sombras, miedos y
alegrías,
premoniciones y certidumbres, dudas y desconciertos. Aunque no sea esta
una cualidad que yo admire especialmente, quiero señalar la cubanía de Poemas de nadie
porque es un rasgo en ella que se funde con un lenguaje de todas
partes, con una mirada como la de otros autores nacidos en otras
latitudes, pero a su vez una mirada muy propia de esta poeta. De
inmediato me comuniqué con esta poesía, de inmediato la supe mía en una medida
esencial, se me hizo perfectamente comprensible, si es que ese término vale
para la poesía y el arte en general. Agradecí grandemente su estructuración, la
concepción poemática, el fluir verbal, las percepciones del afuera y su
resonancia en lo más profundo de la sensibilidad creadora de esta autora.
Después de haber leído, hace años, algunos libros de poetas cubanos residentes
en el exterior, me sorprendió muy gratamente que los poemas de Rita Martín
poseyesen el vigor que de inmediato me llegó, desde el primer verso del primer
poema, como un espléndido cuarteto de una pieza de música de cámara, con esas
sonoridades cerradas, compactas, de ostensible densidad conceptual. Con este
libro la poesía nos ha ganado más espacio, más luz, más conciencia, mayor
dicha, más esperanzas y alegrías. Gracias a Rita Martín por sus confesiones, su
escritura y su presencia.
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