La compositora, acordeonista y pensadora estadounidense Pauline Oliveros, nombre clave en la música experimental de la segunda mitad siglo XX y teórica de la “escucha profunda” (deep listening), murió el viernes a los 84 años.
Mujer de enorme influencia en generaciones posteriores, que tradujeron sus hallazgos al pop o la electrónica, hizo valer hasta el final el credo que condujo su existencia desde principios de los años 60. “Escucha todo el tiempo y sé consciente de cuando no lo estés haciendo”.
Fue en aquella década cuando Oliveros firmó una de las más brillantes páginas de la vanguardia de un siglo convulso como parte del San Francisco Tape Music Center, donde,
como ella recordó en un reciente encuentro con este periódico,creció creativamente acostumbrada a “ser la única mujer en un entorno de hombres”. Aquel centro, que llegó a dirigir, fue fundado en 1962 por Morton Subotnick y Ramon Sender (hijo del exiliado autor español del mismo nombre). Oliveros coincidió en aquellos días con otros grandes de la música contemporánea como Terry Riley, Loren Rush o Steve Reich.
En “estudios de electrónica mucho más aparatosos que los de ahora” trabajó durante la plena efervescencia de la ciudad californiana con un puñado de osciladores, primitivos cacharros e inventos como el Buchla, uno de los primeros sintetizadores, creado en el centro. “No nos enteramos mucho de la revolución hippie hasta que los grupos de rock empezaron a visitarnos para conocer los avances tecnológicos que podían incorporar a su música”, dijo Oliveros a este diario.
Al término de la entrevista, durante la que presumió de una memoria prodigiosa y de un humor despreocupado, se fue ayudada por su bastón y acompañada por la también artista Ione, su pareja desde hacía tres décadas, a buscar el coche que, conducido por esta última, las llevaría en una travesía de cuatro horas de vuelta a su casa en la parte septentrional del estado de Nueva York. Allí, una vez abandonada la docencia, se instaló a principios de los ochenta para convertirse en “una compositora freelance y por tanto eternamente arruinada”. “Es un paisaje demasiado bonito como para perdérselo”, dijo en Montreal para justificar, aunque la caída del sol amenazaba, su negativa a aceptar de Red Bull un transporte más cómodo.
Nacida en Houston (Texas) en 1932, fue su madre, profesora de piano de amplias miras, quien le compró con nueve años su primer acordeón; la niña había sucumbido a la moda del instrumento surgida tras el final de la Segunda Guerra Mundial por influencia de aquellos que volvieron del frente. “Mi recuerdo más vívido de la contienda es el de mi padre dejándonos solas en casa. Le reclutaron como guardacostas”.
A los 16, la joven decidió que quería ser compositora y con tal fin se fue a California. Rápidamente se hizo con un magnetófono y empezó a experimentar con cinta. Tras sus años en el San Francisco Tape Music Center aceptó a finales de los sesenta un puesto en la Universidad de San Diego, donde desarrolló sus teorías sobre la experiencia de escuchar.
Dos textos fundamentales para entender su estética datan de esa época. En el primero, The Poetics of Environmental Sound (la poética del sonido ambiental), escrito para una revista de musicología canadiense, Oliveros anota todos los sonidos que advierte en un dado espacio de tiempo. “Deseo el silencio, pero nunca se da”, escribió.
El segundo texto lo publicó The New York Times en 1970. Titulado No la llames mujer compositora, contiene reflexiones como esta: “Aún es cierto que a menos que sea excelente, la mujer en la música siempre estará subyugada”. Ambos artículos están reunidos en la colección de ensayos Software for People, aún sin traducción al español.
En los años ochenta, Oliveros abundó en su trabajo con el Expanded Instrument System, que propone un diálogo humano con las nuevas tecnologías, y alumbró la teoría del
Deep Listening (escucha profunda), surgida tras una actuación en el interior de una enorme cisterna de uso militar que permitía una reverberación de 45 segundos. De aquella experiencia, registrada en disco en 1989, nació la banda del mismo nombre y el
Deep Listening Institute, que aboga por la escucha atenta en un tiempo distraído.
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